Warhammer Gañanaco
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UNDERWAR

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Mensaje  Morgan Jue Ene 13, 2011 12:57 pm

La incursión en la mina abandonada no ha estado exenta de peligros, pero aun así se puede considerar exitosa.
Aunque con algunas bajas entre los mercenarios del Colmillo Rojo el último envio de piedra de disformidad ha sido localizado.
Junto a él yaceran los restos de los skaven y los humanos que les servían, enterrados para siempre bajo toneladas de escombros.
Arrojada la roca mutágena a la sima que los hombres-rata usaron para acceder al complejo y sellada para siempre con los barriles de polvora que la Hermandad del Colmillo Amarillo usó para socavar la pared de la montaña, el peligro parece lejano.
Cumplida su misión, y tras cerrar algunos flecos el grupo regresa a Altdorf donde seguirán sirviendo al Maestro y recopilando información que pueda ser útil para destruir a los vampiros.
Sin embargo un cargamento de la corrupta piedra ha logrado llegar a la capital y los esfuerzos se centran ahora en localizar su paradero.


Morgan recogió las cuatro cervezas de la barra y caminó hacia la mesa.
Los siniestros individuos que la ocupaban se callaron de inmediato.
Sin decir ni media palabra, se sentó y puso una jarra delante de cada uno de los tres encapuchados.
Ninguno habló ni hizo gesto alguno, pero estaba claro que el recién llegado no era bienvenido.
- Homo-Nocturnae homini lupus est - susurró Morgan.
Los extraños hombres parecieron relajarse, Morgan continuo hablando casi entre dientes y alzando su jarra:
- Se llamaba Guus Steffandorf, el amigo que uno siempre querría tener a su lado.
- Por Guus Steffandorf - dijeron los hombres levantando sus jarras.

Morgan había entrado entre los cazadores de vampiros, oscuros personajes que con su vida y conocimientos bordeaban la frontera de la ley de los templos, no siempre por el lado adecuado. Se precisaba conocer la clave y explicar el motivo que le había llevado a uno a esa siniestra vida. Era el ritual que les unía en el dolor y recordaba a los más veteranos que no estaban solos, que otros sufrían la misma maldición que antaño se cruzó en su camino y en cierto modo les reconfortaba. Era una señal de respeto hacía los que te precedian.

- ¿Cómo te llamas, hermano? - preguntó uno de los hombres.


- Se trata de círculos,ángulos... las matemáticas, caballeros - dijo Alonso Guzmán dibujando en el suelo con la punta de su espada.
- El que conozca y mejor aplique estos conceptos, vivirá. El que no, provocará que le maten.
Los caballeros de Myrmidia escuchaban con atención a la par que memorizaban los movimientos que el diestro les mostraba.
- ¡Desenvaina!- gritó el estaliano
Cuando el caballero estaba sacando su estoque y esperando que Guzmán hiciera lo propio, el espadachín se avalanzó sobre él, impidiendo que el myrmidiano completara la acción con su brazo izquierdo, mientras que con el otro deslizó su acero por la vaina lo justo para golpearle en la boca con el pomo.
El caballero dió un paso atrás por el impacto un tanto conmocionado. Esto le proporcionó a Alonso el metro y el segundo que necesitaba para terminar de sacar su ropera y trazar un arco hasta la garganta del incauto.

Los caballeros se quedaron impresionados por la maniobra. Su camarada ni siquiera había podido sacar su estoque y si el estaliano no se hubiera detenido a escasos milimetros del cuello de su víctima le habría cortado de parte a parte.

- "La sonrisa de Morr", practiquen, caballeros - dijo el diestro.


- ¡Vaya, vaya, por mis rojas pupilas, que tengo delante al mismisimo Ulrich!. A buen seguro que tu mentor estará encantado de verte, sobre todo si por fin traes las tasas que te corresponen...
"Te las puedes meter por el culo una a una después de tratarlas con un cauterizar"- quiso decir el mago rojo, pero se reprimió en el último momento, optando por una opción algo más acorde.
- ¡Que te folle un bestigor, anciano!
Ulrich continuó su camino presuroso por los pasillos de la torre. Si todo iba bien compraría los componentes que necesitaba, consultaría unos grimorios en la biblioteca y saldría antes de que su mentor se percatara de su presencia...


Yavandir Vallefresno se internó en las estrechas callejuelas que conformaban el mercado. Se paró delante de un puesto de frutas que regentaba otro elfo.
- ¿A cómo están hoy las manzanas, si me llevo dos y media?
- La media a una. Chico, encarte tu un momento.

Los dos elfos se apartaron unos metros del bullicio.
- El caballero Elanthir se interesa por tí y te envía un mensaje, Yavandir Vallefresno - dijo el mercader.
- Pronto, amigo, acabaré con él muy pronto.
- El caballero Elanthir te ruega que vuelvas y te recuerda que lo que ocurrió no fue tu culpa.
- Era mi grupo, era mi responsabilidad. Se lo debo. Luego, ya veremos que nos depara la primavera.


Azham Kurninsson observó con atención el hierro. Las runas que había inscrito brillaban a su escrutadora mirada con la misma imperfección que las planchas anteriores. Sin apenas inmutarse arrojó la pieza a la misma montaña de herrumbre en la que habian acabado sus intentos anteriores. Cogió una nueva chapa y comenzó a trabajarla con sus herramientas.
Sabía que en el mejor de los casos la nueva runa que trataba de forjar le llevaría al menos mil intentos.
Con la paciencia que sólo un enano tendría, se dijo a si mismo; "unos cientos menos" y prosigió martilleando con inagotable ánimo.


Herr Grey, disfrazado de ciego estaba en la esquina acordada. Un abrigo largo le protegía del frío, y en sus manos agitaba la mercancia que trataba de vender para ganarse unas monedas.
- Souvenirs, artículos de coña...
Rolf Steiner se acercó a él:
- Me han dicho que el perro de San Roque no tiene rabo.
- Se de buena tinta que Ramón Ramirez se lo ha cortado... un cargamento de piedra de disformidad ha conseguido llegar. Según nuestro contacto, no lo han llevado a la feria sino que lo guardan en una antigua corrala del barrio universitario. Ten, aquíe tienes un plano. - Respondió Grey pasándole una cajita de de madera de tejo.
Un transeunte pasó cerca de ellos, ambos disimularon.
- ¿Un purito?, pruebe, pruebe, ya verá que coña... La piedra estará allí dos días y según nos han dicho, después del fracaso de la mina, el propio Vidente Gris la recogerá en persona con un contingente armado bastante grande.
- y de la Ceremonia ¿se sabe algo? - preguntó Steiner.
- Nada. Se supone que falta menos de un mes pero seguimos sin saber en que consiste.

Dos días... pensó Rolf Steiner... no es mucho tiempo para planificarlo, pero esa piedra debe desaparecer...
- Por cierto se le ha caído un zurullo de coña...

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Mensaje  Morgan Vie Mar 11, 2011 2:21 pm

- Entonces está claro - dijo Steiner - accederemos por aquí, aquí y aquí - señaló tres puntos en el mapa que le había proporcionado Herr Grey. - El primer grupo, Vallefresno, Ulrich y Schwarzhand subirán a la azotea del edificio contiguo.
Los tres asintieron con la cabeza.

Cuando eliminéis al guardia, Morgan ocupará su puesto.
Los otros dos grupos esperarán la señal.

- El pive de la primera planta es cosa mía. El muy pelotudo ya está muerto y todavía no se dió cuenta. - Bromeó el estaliano.

- Nosotros esperaremos en el pozo y a la señal abriremos un par de craneos y de paso las puertas. Nos vemos en la sala. Goblin él que llegue último. - Afirmó Gunirsson.

Morgan saltó con premura al interior del puesto de guardia y desenvainando sus armas bloqueó las escaleras de acceso. Detrás suyo Yavandir colocaba un ástil emplumado en su arco y tensaba la cuerda hasta su puntiaguda oreja en un movimiento que parecía carente de esfuerzo, pero que muchos hombres forzudos no hubieran podido realizar. Su mano ya cogía otro proyectil y su vista localizaba el siguiente objetivo cuando la primera flecha atravesaba el pecho de un guardia.

- ¿Puedes, ahí abajo? - le preguntó a Morgan.
El cazavampiros decapitó de un mandoble limpio al primer guardia a modo de respuesta.

Todo se había ido al garete.
El vigía de la torre había sobrevivido de forma milagrosa y antes de morir había dado la alarma. Aquella antigua corrala pronto se convertiria en un cementerio.

Otro guardia pasó corriendo por la puerta que habría Guzmán, tras dejar inmovilizado en el suelo a Arlington Liedenber y colocarle una mordaza. Un buen chichón y un hilo de sangre darían más crédito a su captura.
Lanzó un buen tajo y una herida se abrío en el muslo del guardián, que frenó su carrera y se giró para encararse con su atacante.

Azham y Steiner salieron del pozo y se ocultaron tras él. Aquello no iba en absoluto de acuerdo al plan y pronto iría peor. Ocultos a la vista por la refriega se dirigieron al portón para permitir la entrada de refuerzos.

Un virote se clavó en una de las columnas de madera del torreón, a escasos centímetros de la cabeza de Yavandir. Su aguda vista detecto a su agresor que desde la terraza de enfrente se afanaba en recargar la ballesta. La cuerda de cáñamo flexó la madera de tejo y una larga flecha atravesó el torso del lider del grupo, un par de centímetros por encima de su corazón.

A salvo, desde el tejado Ulrich lanzaba bolas de fuego sobre los mercenarios que empezaban a acudir a la voz de alarma. En el otro extremo del pasillo Alonso los mantenía a raya lanzando tajos y estocadas.
En la planta baja, la refriega se había trasladado a las puertas del cobertizo que daban acceso a las salas donde estaba guardado el preciado tesoro, un pequeño tonel repleto de piedra bruja.

Unas cortinas de llamas, diestros espadazos, un martillo quebrando huesos, un hacha cortando carne y una flecha que voló por el cielo del patio colándose por una ventana y atravesando la garganta del jefe de la avanzadilla, inclinaron la balanza a favor de los asaltantes.

Una vez recogido el botín, tocaba marcharse apresuradamente pues la guardia no podía tardar en llegar y los vecinos de la zona empezaban a congregarse y a repartir cubos de agua para apagar el incendio.

Sin embargo aún les quedaba una larga noche, dirimiendo algunos asuntos en un tugurio de mala muerte lleno de Kislevitas y botellas de kvas.
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Mensaje  Morgan Vie Mar 11, 2011 3:13 pm

- ¿De qué se trata Madre Superiora? - preguntó el galeno.

La anciana mujer retiró el pañuelo que llevaba atado al cuello y que le cubría la parte inferior del rostro. El sudor perlaba su frente y la palidez de su rostro, las ojeras y el blanquear de sus labios hablaban de largas jornadas y escaso descanso.

- Fiebres hemorrágicas, Dr. Hauss. Muy contagiosas y mortíferas. Empezaron apenas hace unos días y todas las camas que teníamos en el templo ya están llenas. Tenemos enfermos tirados por los pasillos y hemos habilitado algunas de nuestras celdas para los más graves.
- ¿Sintomas?
- Empiezan con dolores de estómago y cabeza. Luego sube la fiebre y el paciente se vuelve como loco, violento y agresivo. Incluso atados tratan de morder y escupir. Cuando finalmente se calman empiezan a sangrar por todos los orificios del cuerpo, como si se deshicieran por dentro y finalmente, mueren.
- ¡Sigmar Bendito!
- Varias de nuestras hermanas ya han caído enfermas también y el número de cuerpos va en aumento. Dentro de poco no cabrán en el patio. No me ha quedado más remedio que ordenar su cremación allí mismo.
- ¿Y los hombres-cuervo, los recolectores de cadáveres, sacerdotes de Morr?
- Aún no se sabe cómo se produce el contagio, así que han prohibido el tránsito de los cadáveres por la ciudad. La madre Shalya los acoge en vida y en su regazo permaneceran por siempre.
- Daré órdenes para que los suministros lleguen hoy mismo, mis ayudantes acudirán de inmediato. Veremos que podemos hacer por ellos - dijo el Dr. Hauss mirando a su alrededor. Allí donde posaba la vista había alguien sufriendo, gritando o vomitando sangre.
- Rezar, Dr. Hauss, rezar por un milagro - respondió la sacerdotisa de Shalya.
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Mensaje  Morgan Lun Mar 14, 2011 2:38 pm

Alrededor de doscientas almas habían caído por la plaga, en total cerca de un millar de víctimas, según calculaban en el templo de Shalya.
Aún quedaban enfermos que sucumbirían en horas o días, pero el terrible brote parecía haberse contenido.

Al descubrirse el modo de contagio de la epidemia los nuevos casos se habían reducido drásticamente pronto sería un triste recuerdo, como tantos otros.

Tras la última invasión del caos, la cosecha no había sido demasiado mala y el frío invierno no se presentaba tan duro como el anterior. Aunque un devastador incendio había convertido en cenizas edificios y esperanzas.
La hambruna era el siguiente acto de la miserable obra que se representaba en Altdorf.

Los investigadores habían descubierto además, el origen de la emfermedad y tras prender fuego al gran almacen de grano, habían seguido a los causantes a través del alcantarillado.
La cueva donde los Señores de la Plaga, los skavens del clan Pestilens, cocinaban la enfermedad había sido el escenario de una sucia y peligrosa escaramuza.

Vidente Gris Iyikisshii se hallaba inmerso en sus tribulaciones. Las estúpidas cosas-hombre habían perdido el cargamento de piedra bruja que necesitaba para el Ritual.
Había manifestado su disgusto a la carne derretida que unos instantes antes era el enviado del repulsivo Walt Tessney.
Con ese miserable ya ajustaría cuentas más tarde.

Y de nuevo habían sido esos asquerosos portadores del tabardo negro y triángulo blanco-rojo que habían asaltado y supultado la mina, SU mina y fuente de piedra de disformidad.
Los mismos que además habían acabado con Zarpaverde, Sacerdote de la Plaga y los decrépitos fanáticos que le servían.
Aunque aquello era bueno.
La plaga había hecho estragos en la ciudad de las cosas-hombres, según le decían sus espías y además, había acabado lo suficientemente pronto para que los sucios y miserables Pestilens no reclamaran más poder por su éxito.
Así que una cosa compensaba a la otra.

Mientras sus aliados en la superficie recolectaban información sobre el misterioso tabardo, Vidente Gris Iyikisshii volvió a sus preparativos del Gran Ritual. Cada vez quedaba menos tiempo y la escased de piedra bruja era ciertamente un problema.
Al menos se ahorraría una buena cantidad, el pago al clan de los Señores de la Enfermedad que no había sido capaces de acabar la tarea encomendada.

Una idea se pasó por la brillante mente del Hechicero y se relamió los hocicos para felicitarse. Cuando tuviera localizados a las cosas-hombres del tabardo negro, bien podría facilitarles el emplazamiento de algun otro de sus acreedores...

Con el favor de la Rata Cornuda, su intelecto superior y la ayuda de sus nuevos "aliados" el camino que le separaba de SU sillón en el Gran Consejo era cada vez más corto.
Iyikisshii era un genio.
No cabía duda.

Se lío un cigarrillo bien cargado de polvo de piedra bruja y se subió a la ratoneta que debía llevarle al cubil del clan Moulder, para recoger su nueva mascota.
Cuando el transporte arrancó, el Vidente Gris ya disfrutaba del sabor de su tabaco condimentado y tararaba su melodía favorita:

No llores roedor
NOOO llores roedor
Todo va a salir bieeeen
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Mensaje  Morgan Lun Mar 14, 2011 3:09 pm

El oscuro corredor aterrorizaba al mensajero.
Detrás de cada una de aquellas puertas se oían gritos de dolor y muerte, súplicas y demandas de clemencia siempre desoídas.

Y también confesiones.

Uno tras otro, todos confesaban. Pertenecían a siniestros cultos, adoraban a demonios y criaturas de los avernos. Proferían alabanzas a dioses inombrables y señalaban a sus hermanos en el pecado.
Nadie escapaba al juicio de Sigmar... ni a las torturas de sus cazadores.

El mensajero se detuvo delante de una puerta. No se oía nada.
Tras ella se encontraba nada menos que el capitán Otto Fon Krueger, justiciero de Altdorf.
Y algún desdichado se hallaba con él.

El panadero había confesado en un par de minutos. Para el capitán, el resto de los cazadores de brujas eran unos remilgados y sivaritas que con todos esos artílugios y cacharros no hacían más que vaciar las ya de por sí pauperrimas arcas del templo de Sigmar.
Él, sin embargo, se bastaba de una antorcha y unos hierros al rojo. La purificación se realizaba desde el principio y en este caso sólo había sido necesario carbonizarle un pie al miserable.
El nacimiento de un niño con seis dedos en el pie izquierdo acababa de sacar de las tinieblas a una corrupta rama adoradora de algún culto a los poderes oscuros.
Cincuenta y siete nombres, incluyendo el de la propia partera que había denunciado el caso, estaban ya escritos en las notas de Fon Krueger y atender al mensajero del emperador no era una de las prioridades del capitán.

Mientras rompía el sello imperial del sobre, Otto no pudo impedir escrutar al mensajero que entre la curiosidad y el temor, échaba un vistazo al interior de la sala. Estaba pálido y temblaba, algo común entre los traidores. El muchacho iba bien vestido, como correspondía a su cargo. Era bien parecido y desde luego no había pasado penurías. "Carne de Slanesh" - pensó el capitán.
Torció el gesto y volvió al interior de la sala.
- Es tu día de suerte, bastardo. - le dijo al panadero.
Le rajó la garganta y abandonó la sala seguido del joven y los dos guardias.

- Reunid a todos mis hombres y que Harald se encarge de éste - ordenó, haciendo un gesto despectivo en dirección al joven. - Demasiado miedo y curiosidad para un inocente.
Los guardias agarrarón al mensajero y lo arrastraron de nuevo al interior. Gritando y suplicando, lloriquó, forcejando y resistiendose, el heraldo ni siquiera se dio cuenta que se había orinado encima.


Otto Fon Krueger era un Hombre Santo, un Envíado de Sigmar, fiel servidor de su voluntad y azote de corruptos.
En la batalla de Middenheim, frente a las huestes de Archaon, el Señor del Fin de los Tiempos, se había forjado su reputación y había sido ascendido a capitán.
Cuando dos supuestos cazadores de brujas se quedaron paralizados ante la bestial carga de las criaturas de Nurgle, Fon Krueger fue consciente de que esos traidores estaban rompiendo la delgada línea defensiva que les separaba de la ignominia. Atravesó de parte a parte a uno de ellos con la lanza que emñuñaba en la mano izquierda y al otro le amputó una pierna con su hacha. Luego ya le ajustaría las cuentas. Después de eso se colocó detrás de los hombres y les hostigó para aguantar la acometida. Ni uno sólo retrocedió y su flanco, a diferencia de otros, aguanto.
Un año más tarde, su "Estudio del estadio de corrupción en Altorf", un manuscrito donde detallaba las maniobras necesarias para aislar la capital y hacerla arder hasta los cimientos, le había valido el cargo de Veintenar.
Por desgracia lo que el planteaba como acción inmediata, había sido malinterpretado como un proyecto teórico a largo plazo y aunque el Gran Teogonista en persona le había felicitado por su visión y capacidad, el asunto había sido pospuesto indefinídamente.

Al salir del palacio no estaba para muchas alegrías. El mamarracho del emperador le apartaba de sus placenteros quehaceres. Había tenido ganas de agarrar a aquél petimetre y darle una merecida azotaíana sobre sus rodillas, para que dejase de lloriquear y quejarse de problemas de escasa importancia. Otto Fon Krueger no estaba para satisfacer los caprichos de ningún mal nacido. Sólo servía a Sigmar y a su causa, pero la presencia del Gran Teogonista, la voz del dios hecha carne, le había obligado a contenerse y a aceptar el encargo.
Sin embargo ni olvidaría ni perdonaría.
Que el emperador le apartase de la investigación del panadero era una actitud francamente sospechosa, quizás aquella rama tuviera implicaciones en muy altas esferas y aunque tardara, desentrañaría aquel misterio.

Diecisiete hombres le esperaban en las puertas. Debería haber tres más, como correspondía a un Veintenar, capitán de cazadores de brujas. Harald estaría con el mensajero y los otros dos habían muerto por la plaga. Tendría que reclutar nuevos hombres, no sería problema pues muchos eran los que ansiaban servir entre sus filas.


- Le repito que está muerto - afirmó con desesperación un agotado Dr. Hauss.
- Y yo le repito que si se produce algún cambio en su estado, avise a los dos hombres que dejo aquí. - Insistió el Veintenar.

Galenuchos... siempre queriendo saber más que los demás y dándoselas de listos y universitarios. Más hogueras y menos libros es lo que hacía falta.
Sus hombres interrogarían al encargado de la gran reserva de trigo le gustase o no a ese estúpido de Hauss.

El resto de sus hombres registraban el distrito portuario e interrogaban a todos los que veían.
A la entrada del invierno, la hambruna se cernía sobre Altdorf y cuanto antes encontrase a los causantes, antes retomaría su investigación y se pondría tras los pasos del emperador.

Acaricio el bolsillo de su abrigo donde guardaba el decreto imperial firmado de puño y letra por el mismisimo Karl Frantz, que le otorgaba plenos poderes.
- Un arma de doble filo, mi señor emperador. - Se regozijo - Un arma de doble filo...
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Mensaje  Morgan Jue Mar 17, 2011 5:19 pm


Fenrich Deflame se arrodilló ante su Señor y con la mirada baja le dijo:
- Traigo nuevas de los muelles, mi Señor.
- Ah, Fenrich, perfecto, perfecto - le respondió el consumado piromante, casi ignorándole, mientras se atusaba la larga barba roja que ondeaba como si fueran las llamas de una fogata. - He sido llamado a presencia del Emperador para hablar de los últimos sucesos, así que dime que no hay ninguna implicación por nuestra parte- concluyó.

- Lo cierto, mi Señor, es que...
El Gran Maestre se giró de pronto con gesto enfurecido. Su cabello estalló en una bola de fuego y sus pupilas reflejaron el fuego de la chimenea que no existia.
- Te he ordenado que me digas que nadie de nuestra orden tiene nada que ver.
Así lo harás. Y así se lo transmitiré a nuestro Emperador. - Rugió.

- Wolder Womestrong estaba tambíen allí, mi Señor. A estas alturas todo el colegio amatista lo sabrá...

Cuando Fenrich Deflame se ponía en cuclillas y escudriñaba los rescoldos y las cenizas del almacén de grano, había visto al Magister púrpura abandonar el lugar.
También vió a algunos de los hombres del capitán Otto Von Kruegel, pero hizo como si no y continuo a lo suyo.
Recogió unas cenizas con la mano y elevándola las dejó caer, observando como volvían al suelo, flotando tímidamente y meciéndose por la brisa del puerto. Formaban curiosas espirales en su caída, algo anodino para la mirada de un neófito, pero su ardiente mirada percibía además los vientos de la magia, y desde luego no le gustó nada lo que vio en el Iqshi.
Aquello era muy grave, magia roja había sido usada para prender el granero y el Gran Maestre debía ser informado de inmediato.
De vuelta al colegio brillante, se detuvo en unos cuantos puestos callejeros y compró algunas baratijas. Se permitió unos momentos para observar las evoluciones de un artista callejero que tragaba fuego y le obsequió con unas monedas. Despúes entró en una cantina y encargó una buena cerveza y algo de comer.
La prisa y la ansiedad le corroían por dentro, pero debía dar aspecto de absoluta relajación y normalidad a los cazadores de brujas que le seguían. Bajo ningún concepto podía permitir que se dieran cuenta de que había descubierto algo y menos aún lo que era.
Por eso se pidió una segunda jarra y se fué al baño a mear.

Allí, se encaramó a un ventanuco y se arrastró a través de él. Alcanzó el suelo de una forma nada digna para alguien de su posición, pero no le dio importancia alguna.
Y trás recomponer un poco su ropa, murmuro unas palabras en una extraña lengua y comenzó a flotar hacía el tejado más próximo. Sin duda eso bastaría para deshacerse de sus molestos acompañantes.

* * *


- ¿Son éstos? - preguntó uno de los hombres de Otto al harapiento que llevaba un palo con unas cuantas ratas ensartadas, al tiempo que le mostraba unos dibujos.
- Sí señor, son ellos, no hay duda. Bueno éste en concreto - puntualizó el cazarratas, señalando uno de los bocetos - tenía una expresión mas perdida, como de una vaca pastando... más... ... estúpida...
- ¿Más aún? - se alarmó el cazador de brujas.
- Oh sí, mi señor, no lo dude, no lo dude.




UNDERWAR - Página 2 Wantedzj



* * *


Otto Von Kruegel tenía claras unas cuantas cosas.
Un misterioso grupo había estado haciendo preguntas y cotilleando en los alrededores del almacen de grano poco antes de que ardiera.
Era evidente que pertenecían a algún culto repugnante e inconfesable, pues sólo de éste modo se podría entender que unos humanos compartieran camino con un elfo y un enano. Y éstos últimos, aún menos entre ellos. Slanesh era una apuesta segura.

Algunos de aquellos monstruos llevaban una sobrevesta negra con un escudo en forma de triángulo blanco y rojo. Había mandádo algunos hombres a la Gran Biblioteca a consultar tratados de heráldica.

Tenía unos bocetos con el semblante de esos monstruos, basados en las investigaciones en el muelle y ahora sus hombres trataban de relacionarlos también con el incendio de la semana anterior en una antigua corrala del barrio universitario.

Si todo seguía a ese ritmo el asunto estaría resuelto en un par de días y por fin podría volver a cosas importantes, como el caso del panadero y sus ramificaciones hacia la cúpula del gobierno y su misterioso Sr. K, con "K" de Karl Franz.



* * *


Era noche cerrada cuando el negro carruaje se detuvo en el puente.
El cuerpo de una joven, plena de vida apenas unas horas antes, fue arrojado al Reik sin ningún miramiento y el cochero obligó a los caballos a reemprender la marcha.

Sigfried, el hijo menor del Maestro viajaba en su interior. Había preferido alimentarse antes de ver a su Padre pues estaba seguro que el grimorio que llevaba en sus manos absorvería completamente la atención de su creador durante las siguientes noches y ésta en concreto iba a ser muy larga.

El vetusto tomo era una copia de al menos trescientos años de antigüedad. El original se suponía a salvo en Sylvania, probablemente en la inmensa biblioteca que se rumoreaba, existía en las catacumbas bajo el castillo Drakenhoff y su actual propietario, el Conde Mannfred Von Carstein no se caracterizaba por su disposición para con otros clanes, aunque estuvieran emparentados.
Sin embargo la copia bastaría. La profundidad de los conocimientos de Sigfried en el oscuro arte de la necromancia, le decían que lo que allí estaba escrito era posible, muy dificil, pero posible y aquello agradaría de tal modo a su creador que la vieja disputa jerárquica entre los descendientes, tendría su final esa misma noche.

El carruaje giro en Marketplatzz y se adentró en el barrio burgués, fataba poco para la mansión y la gloria de Sigfried.



* * *



Los tres hidalgos habían llegado con premura a la mansión de sus supuestos amos.
Redircht estaba aún más extraño que la última vez, intentando atrapar una mosca que sólo él veía. Sus manos y sus dedos parecían más grandes, desproporcionados y su piel se había vuelto más palida y lechosa, casi transparente. Les había dicho que el Maestro estaba reunido y que había dado órdenes de no molestarle. Sin embargo Redricht sabía que faltaba poco para el final de la reunión, pues el amo Sigfried no solía entretener mucho a su progenitor.
- Un consumado hechicero - había puntualizado el cada vez más encorvado siervo, hablando del amo Sigfried.

Y en la sala aguardaban el malherido Guzmán, Rolf Steiner, que vigila las heridas del estaliano y Ulrich Von Friederich, el piromante.

Por la puerta doble que llevaba al gran salón apareció el cruel y altivo Corbitt. Redricht se tiró al suelo de inmediato y le saludo con verdadera sumisión.
- Vaya, veo que por aquí están los nuevos juguetes de mi padre - dijo con una mueca de desprecio - y en tan buena forma como siempre... - se burló - Por lo que veo, Ulrich, ¿es así como te llamas?, tú siempre consigues esquivar el peligro... sin duda, esas artes que tanto le llaman a mi hermano Sigfried te sean de gran ayuda. A mi sin embargo, me llama más el placer de la caza y la tortura... por ello no reparo mucho en los libros y artefactos que atesoro... tal vez a ti te interesen más. Ven, acompañame - concluyó al fin, haciéndole un gesto distraído al mago para que le siguiera.

Ulrich no podía creer la suerte que tenía. No sólo había escapado intacto de la guarida de los Skavens, si no que además su enorme poder era reconocido, y fruto de ello, los señores vampiros le iban a mostrar algunos de sus secretos. Se imagino una biblioteca secreta llena de grimorios y antiguos tomos repletos de secretos inimaginables, objetos arcanos y misteriosos artilugios que canalizarían enormes energías mágicas, pero al llegar al lado del infame y cruel Corbitt comprendió la verdad.

Sin tiempo a reacción y con un sonido estremecedor, algo parecido al siseo de una serpiente, el no muerto mordió el cuello del mago y comenzó a beber su sangre, mientras que sus poderosos brazos lo mantenían firmemente cautivo en un abrazo mortal.



Continuará...
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Mensaje  Steiner Dom Mayo 29, 2011 10:46 am

Steiner se pasó su enguantada mano por la cabeza. El cabello había brotado en las últimas semanas. Debería cortarlo y raparlo al cero. Con su otra mano, acarició nerviosamente el Deux Sigmar, mientras musitaba una ininteligible oración. La lluvia caía torrencialmente, pero Steiner no podía sino permanecer de pie bajo ella, como el resto de sus compañeros intentado, inútilmente, que las gotas lavasen su deshonor como lavaban la sangre sobre sus tabardos.

Se sentía utilizado, sucio, indigno, repugnante. Miró de nuevo a Héctor. La muerte le había arrebatado la dignidad. Su mirada perdida, en una última expresión de infinita sorpresa, congelada en un rictus para toda la eternidad. La bala le había perforado el ojo. Podía verse a través de él parte de la masa encefálica, desparramándose. Steiner apartó la vista con repugnancia. Cerca, yacía también el cadáver de Godfried, el traidor traicionado, el último de los hijos del Maestro.

Steiner nunca pensó que todo acabara así. Con el repugnante regusto de la cobardía. Con el acre sabor de la traición. De pronto, Steiner se dobló sobre sí mismo y vomitó. La ácida bilis quemó su boca y garganta. Miró hacia el encapotado cielo mientras volvía a pasarse la mano por la cabeza. Que Sigmar le perdonase, pero en aquel momento sólo pudo odiar a Herr Gray, a Altdorf, al Imperio y a sí mismo.
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