Tontunas de lógica viejomundanas

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Si lo que le había contado su misterioso contacto era correcto, Hans Feuerbach, un Hermano Encapuchado, se hallaba ante la entrada al sancta sanctorum de uno de los Cultos del Caos más peligroso de todo el Viejo Mundo.

A primera vista, el sitio parecía la desvencijada entrada a una de las múltiples y sórdidas tabernas de uno de los barrios más peligrosos de Altdorf, pero el hombre ya había visto mucho mundo como para dejarse engañar por las apariencias. Quizás fuera el momento de entrar, la seguridad del Imperio dependía de lo que pudiera averiguar en ese antro consagrado a los Poderes Ruinosos. Desde la oscuridad del callejón en el que estaba oculto, Hans se preguntó cómo podía sortear la vigilancia del hombre con cara de pocos amigos que guardaba la entrada.

De repente, un hombre embozado en una capa se acercó al vigilante. A pesar de hallarse a una distancia considerable, Hans era un experto leyendo los labios, por lo que no tuvo ningún problema para captar la conversación.

-Buenas noches –dijo el vigilante. - ¿Se ha fijado usted en que hace dieciocho días subieron los impuestos del pan? No sé a dónde vamos a parar…
-Es cierto –contestó el recién llegado –esta mañana iba a comprar unas hogazas y mi paga sólo me dio para adquirir nueve.
-Sí, es indignante. Puede usted pasar.

Hans se quedó pensativo. Estaba claro que se trataba de un código secreto. Decidió esperar un poco más. Pronto se acercó otro individuo.

-Buenas noches –dijo el guarda. –Dentro está bastante animado el ambiente. En mis ocho años de profesión nunca había visto que la gente se lo pasara tan bien.
-Estupendo –contestó su interlocutor –llevo viniendo cuatro días y el espectáculo ha sido bastante aburrido.
-Seguro que esta noche no le defraudará. Puede usted pasar.

Hans se acarició el mentón mientras musitaba para sí. –Mmm… Parece que la cosa está bastante clara.

Otro desconocido se dirigió a la puerta.

-Buenas noches –dijo el portero. -Tiene suerte, es usted el visitante número catorce de la noche. Tiene derecho a las cervezas que quiera dentro.
-Qué afortunado soy. Esta noche me bebería siete seguidas.
-Adelante, puede usted pasar a beber las que guste.

Hans sonrió. Aquello estaba chupado. El hermano encapuchado se disponía a abandonar su escondite y entablar conversación cuando otro hombre se acercó a la puerta. Hans volvió a esconderse esperando su ocasión.

-Buenas noches –dijo el vigilante. –Si quiere entrar a ver a Déborah, nuestra bailarina, debe darse prisa. Ya sólo quedan seis asientos libres.
-¡Estupendo! Hace tres noches vine y no conseguí sitio.

Apenas hubo terminado de hablar el recién llegado, el vigilante dejó al descubierto unas gigantescas fauces en su estómago que, visto y no visto, devoraron sin piedad al hombre, con un espantoso alarido que fue casi inmediatamente ahogado por un repugnante sonido de carne y huesos masticados y triturados.

-¡Joder! –Masculló Hans para sí.

Más pálido que una vela, el hermano encapuchado por fin se decidió y se acercó al guardián mutante. La seguridad del Imperio, se dijo tembloroso para sí, merece correr cualquier riesgo. Tras unos cuantos pasos que se le antojaron eternos, llegó a su destino.

El vigilante pareció sonreírle siniestramente. –Buenas noches, ¿viene usted a ver al dueño? Le advierto que lleva cuatro días de un humor de perros.

Hans tragó saliva antes de hablar.





¿Qué número deberá incluir la respuesta de Hans?

6

El vigilante pareció sonreírle siniestramente. –Buenas noches, ¿viene usted a ver al dueño? Le advierto que lleva cuatro días de un humor de perros.

Hans tragó saliva antes de hablar.

-Llevo seis horas buscándole y no tengo tiempo que perder.
-Siendo así, pase usted.

El guardia mutante se echó a un lado y dejó pasar a Hans, que, respirando aliviado, se internó en la guarida de los sectarios del Caos.

Pero eso, como suele decirse, es otra historia...



¡Respuesta correcta! Premio para el caballero.

Perdonar a este incurto porque 6?

mel escribió:Perdonar a este incurto porque 6?

Tú hubieras dicho 2, ¿verdad?

¡Pues devorao! (y a gastar un punto de destino)

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A ver:

¿Se ha fijado usted en que hace dieciocho días subieron los impuestos del pan? No sé a dónde vamos a parar…

Nº de letras de "dieciocho": 9.

Dentro está bastante animado el ambiente. En mis ocho años de profesión nunca había visto que la gente se lo pasara tan bien.

Nº de letras de "ocho": 4.

Si quiere entrar a ver a Déborah, nuestra bailarina, debe darse prisa. Ya sólo quedan seis asientos libres.
-¡Estupendo! Hace tres noches vine y no conseguí sitio.

Apenas hubo terminado de hablar el recién llegado, el vigilante dejó al descubierto unas gigantescas fauces en su estómago que, visto y no visto, devoraron sin piedad al hombre

¡Mal! Debería haber dicho 4, que es el nº de letras de "seis".

Y por último:

Buenas noches, ¿viene usted a ver al dueño? Le advierto que lleva cuatro días de un humor de perros.

El nº de letras de "cuatro" es 6, luego esa es la respuesta correcta.

ains, que cortito soy

Hans Skilgrüber intentó mantener el equilibrio a duras penas mientras era empujado sin miramientos por el inacabable pasillo. Sus ojos estaban vendados y sus manos maniatadas a su espalda, por lo que en varias ocasiones cayó cuan largo era al suelo, sólo para ser alzado rudamente de nuevo por los encapuchados guardas y obligado a seguir hacia delante.

¿Cuánto había transcurrido desde que aquellos hombres le internaron por los túneles? ¿Minutos? ¿Horas? Hans no podía asegurarlo. El olor a humedad que atenazaba sus fosas nasales le indicaba que estaba muy por debajo de Nuln, quizás llegando al Mercado Nocturno donde los mutantes como él huían de las garras de los cazadores de brujas.

Sin poder remediarlo, rememoró las espantosas últimas dos semanas, cuando Hans, el aprendiz de un modesto amanuense despertó sobresaltado mientras la piel de su pecho había adoptado un chillón color morado y anaranjado.

Sabía qué había sucedido. Y comprendió qué iba a sucederle. Los recuerdos de los gritos de Meier, el panadero de su calle, mientras agonizaba en la pira de la plaza de RatHaus, inundaron su cabeza. Sabía qué tenía que hacer. Huir al Laberinto, el barrio más desolado de todo Nuln. Y encontrar el Mercado Nocturno. Pero parece que el Mercado Nocturno le encontró a él primero.

Los hombres se detuvieron y arrojaron al suelo a Hans. El muchacho jadeó, intentando tomar resuello mientras sintió cómo la venda era apartada de sus ojos y la cuerda que le ataba era cortada con un cuchillo. Hans cerró los párpados, cegado por la repentina luz de las antorchas a su alrededor. Cuando los abrió, pudo ver ante él a un hombre de edad avanzada, ataviado con una abultada túnica, bajo la que se adivinaban marañas de tentáculos. Su voz era grave y amenazante.

-¿Qué tenemos aquí? Un jovenzuelo espía, enviado sin duda por los perros de Sigmar para delatarnos y conducirnos a todos a la pira purificadora.

-¡No! He llegado hasta aquí… Soy como vosotros… Yo… Quiero unirme a vosotros…

-El Señor del Cambio nos avisa de las ratas traidoras como tú. Y nos enseña lo que debemos hacer con ellas.

-¡No soy un traidor! Yo…

El hombre rió siniestramente.

-Eso es lo de menos. ¿Tan presuntuoso te crees, patético muchacho, para pensar que alguien como tú es digno de servir a nuestro amo Tzeentch?

La boca del hombre se torció en una maligna sonrisa.

-Habla. Si dices una mentira, te mataremos lentamente. Si dices la verdad, te mataremos rápidamente.

La risa de los hombres inundó la habitación. Hans vaciló y, a continuación y muy lentamente, dijo una frase.

El hombre de la túnica entrecerró los ojos. Cuando habló al cabo de un momento que a Hans le pareció eterno, su mirada indicaba respeto.

-Bienvenido al Mercado Nocturno.





¿Qué dijo Hans?

Bueno, pues dado que nadie contesta, ahí va la respuesta:




La boca del líder cultista se torció en una maligna sonrisa.

-Habla. Si dices una mentira, te mataremos lentamente. Si dices la verdad, te mataremos rápidamente.

La risa de los hombres inundó la habitación. Hans vaciló y, a continuación y muy lentamente, dijo:

-Me vais a matar lentamente.

El hombre de la túnica entrecerró los ojos. Cuando habló al cabo de un momento que a Hans le pareció eterno, su mirada indicaba respeto.

-Bienvenido al Mercado Nocturno.