Warhammer Gañanaco
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Infestación

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Mensaje  Konrad Mar Abr 13, 2010 3:50 pm

INFESTACION (I)

Aurora jadeó, mientras se apoyaba sobre su improvisado cayado. Miró a su alrededor. Nieve hasta donde alcanzaba la vista, sólo rota por las huellas a su espalda. Algún bosque de pequeños árboles secos y retorcidos rompía la monotonía del paisaje, pero no se percibía ninguna amenaza. Pero aquello estaba allí. Podía sentirlo, como podía sentir la maldad de los helados Desiertos del Caos a su alrededor.

-Levántate, cariño, tenemos que proseguir.

A sus pies, Sofía, su escudera, se masajeaba la bota, aterida por el frío y visiblemente muerta de cansancio. Las lágrimas resbalaban por su rojiza mejilla.

-¿Te has hecho daño? Déjame verte el pie.

-¡No!

El grito de Sofía sorprendió a Aurora. Ambas estaban nerviosas. Llevaban varios días sin dormir en condiciones y sus nervios estaban a punto de estallar.

-Disculpadme, mi señora. Estoy bien.

-Claro. Apóyate en mí, Sofía. Debemos continuar.

Como pudo, la rubicunda muchacha se incorporó, entorpecida por las gruesas pieles con las que ambas estaban abrigadas. Aurora tendió la mano a la joven mientras se ajustaba la mochila con las escasas provisiones y echaba un último vistazo a su espalda. En un lejano pico, le pareció ver una sombra sobre la blanca nieve, pero cuando fijó la vista, no distinguió nada. ¿Su imaginación? Aurora lo dudaba. Aquella cosa que las perseguía sabía mimetizarse perfectamente en el helado entorno. Instintivamente, rozó la empuñadura de su espada al cinto, el único recuerdo que conservaba de su condición de caballero de la Sagrada Orden de la Espada. Intentó recordar el día en que fue armada caballero y la alegría que la inundó al contemplar la mirada orgullosa de su padre, pero tuvo que hacer un esfuerzo titánico. Parecía que hacía ya siglos de aquello, como si hubiera sucedido en otra vida.

Las dos mujeres prosiguieron la marcha. ¿Cuánto tiempo llevaban caminando? ¿Hacía ya una semana? ¿Dos? Tras ellas, el cortante viento helado llevó hasta sus oídos ecos de una maligna risita ahogada que provocó que los pelos de sus nucas se erizaran. Aurora cerró los dientes con fuerza. ¿Cuándo empezó aquel infierno?




Aurora dormía a pierna suelta en el camarote que compartía con su escudera Sofía en el navío del Imperio El Orgullo de Altdorf cuando sobrevino el violento choque. Fue como si, durante un momento, se desatara el infierno. Varios objetos se derrumbaron con estrépito y ella misma cayó de la cama, derribada como un árbol por una furiosa tormenta. Su trasero chocó contra la fría madera sin la menor delicadeza.

-¿Os encontráis bien, mi señora? ¿Estáis herida?

-Sólo en mi orgullo, Sofía. ¿Y tú?

-Estoy bien, mi señora.

La mujer caballero se incorporó como pudo y encendió una de las lámparas en el suelo. El camarote estaba ladeado, levemente torcido. La mujer notó que la sensación de vaivén del barco sobre las olas había desaparecido, como si el casco estuviera firmemente sujeto. ¿Habría chocado el navío en el que viajaban contra algo? Hacía ya unos días que una espantosa tormenta había sacado a la embarcación de su ruta de navegación y se habían perdido muy al norte en el Mar de la Garra. ¿Habrían colisionado contra algún arrecife de la costa? ¿Cómo era que el vigía no había advertido la presencia de tierra?

No pasó más de unos minutos cuando comenzaron los gritos. Desgarradores alaridos por encima de las cabezas de las dos mujeres que se elevaron en un escalofriante in crescendo antes de apagarse abruptamente sin previo aviso. La voz de Sofía temblaba.

-¡Mi señora! ¿Qué es lo que…?

-Calma, Sofía. Prepara mi armadura. Rápido.

Aurora se aseguró de que la puerta estuviera cerrada. Había oído rumores sobre provocadores de naufragios, infames maleantes que encendían fuegos en las costas para atraer barcos hacia los arrecifes para que encallaran y asesinaban a sus tripulaciones para quedarse con las mercancías que transportaban. Sofía, a toda prisa, le ajustaba la cota de malla. Aurora observó que aunque el miedo se reflejaba en sus ojos, sus manos no temblaban. Buena chica.

-No te preocupes, Sofía. Todo saldrá bien.

La muchacha levantó los ojos y cruzó la vista con su señora un segundo antes de apartarla ruborizada. Continuó su labor lo más deprisa que pudo hasta que sólo quedó el yelmo por colocar. Aurora optó por no ponérselo. El silencio a su alrededor, sólo roto por ocasionales crujidos de la madera, era ya demasiado ensordecedor como para ponerse el casco. Desenfundó su arma con un frío sonido metálico y abrió la puerta. A ambos lados del pasillo, oscuridad, sólo rota por la titilante luz mortecina de la lámpara que portaba la escudera.

-Mantente detrás de mí, Sofía.

-Sé cuidar de mí misma, mi señora.

-Obedece.

La mujer caballero ignoró el tono de reproche en la voz de su ayudante. Sabía que Sofía era diestra con la espada; después de todo, ella misma la había entrenado, pero desconocía a qué se enfrentaban y no se perdonaría que algo malo la ocurriese.

Como si el destino subrayara las palabras, una sombra dobló la esquina y se lanzó aullando sobre Aurora, quien tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para que su corazón no escapara por su boca. Apenas pudo ver a su oponente antes de detener el golpe de hacha de su agresor e, instintivamente y con el mismo movimiento fluido, asestar una rápida estocada hacia el cuerpo que se distinguía en la penumbra. Su acero mordió la carne y escuchó como el grito de furia de su oponente se transformaba en uno de dolor. Cuando el cuerpo cayó pesadamente al suelo, pudo ver que no se traba de una bestia como había pensado en un primer momento, sino un ser humano de pelo desgreñado y ataviado con gruesas pieles de aspecto amenazador. Pero no tuvo tiempo de pensar en ello cuando otras dos figuras se abalanzaron aullando a por ella desde el fondo del pasillo. Recordó las palabras de su instructor mientras alzaba su acero. “No pienses. Limítate a matar”.




Aurora se masajeó el brazo mientras se sentaba. La armadura había reflectado el golpe, pero le saldría un buen moratón. El sacerdote con la cabeza afeitada contemplaba el mapa con ensimismamiento mientras Keller, el sargento del grupo de soldados que viajaban en el navío, conversaba con otro marinero.

-Nada de esto tiene sentido. Es imposible que nos hayamos desviado tan al norte.

-Ehhh… Lo sé, mi señor, pero no… mmm… no reconozco ningún accidente geográfico de esta costa.

-Es imposible.

-Nada es imposible cuando hablamos del Caos. –La grave voz del sacerdote sobresaltó a todos.

-¿Qué vamos a hacer ahora?

El marinero se rascó la cabeza.

-Mmm… Yo descartaría que… errr… podamos reparar la quilla. Mmm… Los daños son muy graves, no tenemos materiales adecuados y… Mmm… apenas dispondríamos de una docena de hombres para el trabajo.

-Demasiada suerte tuvimos logrando rechazar a esos bárbaros asesinos. Si la… ayuda hubiera llegado antes quizás no hubieran muerto tantos. –El sargento miró a Aurora con odio mal disimulado.

La mujer caballero abrió la boca para contestar, pero prefirió permanecer callada. No tenía sentido discutir. Todos los marineros que estaban en el cubículo más próximo a la superficie habían sido asesinados en los cinco primeros minutos. Sólo habían sobrevivido los del dormitorio comunal más cercano a la sala de armas. Para cuando Aurora logró llegar allí, los soldados habían logrado expulsar a los bárbaros, con un alto coste en sangre, desde luego.

El sacerdote levantó la vista del mapa y habló con voz lóbrega.

-Nos hallamos en los Desiertos del Caos, señores. Todos hemos oído leyendas sobre esta tierra maligna y vil, capaz de corromper el corazón más puro. Se dice que incluso el aire está maldito, y que cada bocanada que entra en nuestros pulmones nos acerca inexorablemente a nuestro final. Desconozco la veracidad de tales asertos pero, tal y como ha quedado patente, esta tierra es peligrosa. Abandonar el barco sería muy arriesgado, pero necesitamos encontrar ayuda. Propongo que un par de grupos de exploradores partan mañana mismo.

Los presentes en la reunión asintieron sin mucho convencimiento. El capitán y el segundo de a bordo habían muerto en la contienda. Eso convertía al sacerdote en la persona al mando.

Aurora acababa de salir por la puerta cuando fue empujada. Se dio la vuelta furiosa y se topó con el sargento Keller, que la habló con voz burlona.

-Bonita armadura, mi señora. Espero que no le quede ningún abollón por la peligrosa refriega de hace unas horas.

A la mujer caballero le costó articular las palabras por la indignación que sentía.

-Ahórreme sus sarcasmos, Keller, y muestre un poco de cortesía cuando se dirija a sus superiores.

Al sargento se le escapó una carcajada.

-¿Superiores? Escúchame, señoritinga. El día que tenga que doblar la cerviz ante una niñata presumida como tú, será el día en que cuelgue el uniforme y me licencie. Tu cometido es escoltar al padre Johannes, el mío mantener el orden en este barco. Así que métetelo en tu cabecita: No tengo por qué obedecer las órdenes de señoritos tocacojones como tú, que se creen con derecho a todo por haber sido paridos por otro noble. Eres tú la que, mientras estés en este barco, tiene que obedecer mis órdenes. De hecho, deberías referirte a mí como “mi sargento”.

Aurora intentó responder, pero la furia provocó que balbuceara las primeras palabras, lo que hizo que se sonrojara.

-Si estuviéramos en Altdorf te haría azotar, sucio campesino.

Keller la empujó contra la pared y apoyó su propio peso contra ella, aprisionándola. Acercó su rostro a escasos centímetros del de la mujer.

-No estamos en Altdorf, Aurora. ¿Qué vas a hacer? ¿Llorar?

Antes de que la mujer caballero pudiera reaccionar, el hombre la soltó.

-Maldito hijode…

-Da gracias de que necesite hasta a inútiles como tú. Quince de mis hombres acaban de morir y otro probablemente lo haga en breve. Eran buenos hombres. Cualquiera de ellos era mil veces mejor que alguien como tú, una niñata noble mal follada con un palo metido por el culo acostumbrada a participar en desfiles con imponentes armaduras y a contemplar las batallas desde lo alto de una colina. Pero por ironías del destino ellos han muerto y tú sigues viva. La vida es injusta.

Keller la miró con una mueca de desprecio antes de alejarse por el pasillo. Aurora agradeció que nadie la viera cuando sus ojos se llenaron de lágrimas de pura rabia.
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Mensaje  Konrad Jue Abr 15, 2010 11:21 pm

INFESTACION (II)

Aurora mira a su alrededor, completamente desorientada. De repente está en Ludwigsburg, junto a su padre. Todo es más grande, hasta que comprende, con algo de vergüenza, que es ella la que es más pequeña, no tiene más de diez años. Ante ella hay bancos y taburetes y numerosas guirnaldas adornan mesas, árboles y las paredes de las casas. Muchos hombres y mujeres llevan de acá para allá litros y litros de cerveza junto a kilos y kilos de salchichas, en una acelerada vorágine. Aurora supone que se trata de la Wurstfest, la tradicional Fiesta de la Salchicha, una de las festividades más importante del pequeño pueblo donde se había criado. Aunque a ella no le gustaba acudir, su padre solía llevarla ocasionalmente, pues era una estupenda ocasión para hablar con burgomaestres y mercaderes en un ambiente más distendido.

Los aldeanos gritan y ríen y beben y comen hasta hartarse mientras las jarras y los platos vacíos son sustituidos en un abrir y cerrar de ojos por otros desbordantes. Brestner, el alcalde, grita para hacerse oír por encima del gentío, y levanta su jarra en un brindis con evidente buen humor.

-¡Por Sigmar y por Taal! ¡Por el emperador Karl Franz! ¡Por los viejos guerreros! ¡Porque la cosecha del año que viene sea tan buena como ésta! Brindemos también por la joven Aurora, que se ha dignado a visitarnos. Ella cree que puede escapar al Caos, pero el Caos lo alcanza todo. ¡Brindemos! ¡Por Sigmar! ¡Por Khorne, el Señor de los Cráneos! ¡Por el Padre Verde!

Aurora sabe que algo va terriblemente mal, aunque no sabe decir por qué. Agarra la manga de su padre y tira con insistencia.

-Papá, quiero irme a casa. Por favor, vámonos.

Su padre hace caso omiso de la chiquilla mientras sigue conversando con la persona a su lado.

-Por favor, papá…

-No seas pesada, Aurora. Ya no falta mucho.

A Aurora comienza a dolerle la cabeza. No está acostumbrada a beber cerveza y su vista comienza a nublarse. Voces extrañas y chillonas llegan a sus oídos mientras la gente ríe y come a su alrededor hasta límites exagerados. La muchacha tiene una arcada repentina y abre los ojos como platos cuando contempla la salchicha mordida sobre su escudilla. El trozo de carne se agita espasmódicamente y en el pellejo de la carne se ha abierto una pequeña boca que emite pequeños chillidos como si le doliera haber sido masticada. Aurora mira a su alrededor mientras le sobreviene un nuevo vómito y la cabeza le da vueltas. Le cuesta horrores respirar.

De pronto, en el banco de al lado, alguien grita de dolor. Algo con tentáculos brama furioso mientras agarra a una mujer y le parte el cuello como una rama seca. Nadie parece reparar en ello mientras todos siguen comiendo y riéndose. Las lágrimas corren a raudales por la mejilla de Aurora mientras contempla cómo una anciana se acerca a ella con una bandeja de salchichas. Los dientes de la vieja son amarillentos e imposiblemente largos y puntiagudos.

-Aurora, mi querida princesita… ¿No queréis otra salchicha?

En la bandeja, cientos de gusanos, grandes como dedos, se retuercen y agitan, mientras ruidosos tábanos de colores tornasolados revolotean y se posan sobre ellos. A su alrededor se desata el caos. El hombre enfrente de Aurora babea asquerosamente mientras contempla estúpidamente sus manos. En su lugar hay dos garras, afiladas como cuchillas y que parecen capaces de cortar el acero como si fuera mantequilla. Su vista se posa entonces en Aurora y sonríe siniestramente mientras se levanta lentamente. Aurora se gira hacia atrás y casi choca con un hombre que se convulsiona mientras su brazo se marchita y cae al suelo. De su lugar brota un tentáculo violáceo y viscoso que se agita con violencia.

Aurora, llorando sin poder controlarse, se gira hacia su padre.

-Papá… por favor… vámonos… Quiero irme…

La mirada de su padre parece tierna durante un momento.

-No puedes escapar, Aurora. Nada escapa al Caos.

Acto seguido, el padre de la chiquilla se sujeta el estómago con ambas manos, mientras éste parece separarse. Sus piernas parecen huir en direcciones opuestas y sus entrañas comienzan a desparramarse por el sucio suelo.

Aurora grita.





Aurora se despertó violentamente. ¿Había gritado? Todo estaba oscuro y tuvo que esperar unos angustiosos instantes hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Estaba en su camarote. Sólo entonces se dio cuenta que había estado aguantando la respiración.

La pesadilla había sido tan real… Casi parecía un recuerdo de su niñez. Por Sigmar, jamás recordaba haber tenido una pesadilla tan angustiosa. Poco a poco, su acelerada respiración se fue normalizando. De pronto se dio cuenta de que había alguien en su cama. Se trataba de Sofía. Su escudera tenía la costumbre de cambiarse de camastro durante la noche y acostarse en el de ella, ignoraba si por frío o miedo. Al principio le molestaba, pero luego había llegado a acostumbrarse.

El soñoliento susurro de la muchacha llegó hasta sus oídos.

-Mi señora… Estáis temblando… ¿Tenéis frío?

-No te preocupes, Sofía. Sigue durmiendo.

Aurora escuchó al poco un leve ronquido. Se abrazó a su escudera mientras intentaba olvidar la pesadilla que acababa de sufrir. No pegó ojo en toda la noche.




-Los cadáveres de Hans y Heinrich fueron hallados esta mañana a menos de cincuenta metros del barco.

-¿Los bárbaros? –Johannes enarcó una inquisitiva ceja.

Keller sacudió la cabeza.

-No creo. Estaban despedazados y parcialmente devorados. Parece más bien la obra de una bestia. Debieron ser atacados por un oso o…

Aurora dejó de observar el paisaje nevado a través de la ventana del camarote del sacerdote y se giró hacia los dos hombres.

-Evidentemente, no ha sido una bestia. No hay rastros de sangre en la nieve, por lo que es obvio que los hombres fueron descuartizados en el sitio en que se encontraron.

-Eso es absurdo. ¿Cómo es que los vigías del barco no vieron nada?

-Lo ignoro, sargento. Supongo que el asesino o asesinos fue muy sigiloso.

Keller sonrió sin humor.

-No me puedo creer que estemos aquí escuchando a una niñata sin la menor experiencia diciendo tonterías sin el menor sentido.

-Estoy deseando escucharos la explicación de cómo es que esos hombres partieron hace dos días; de repente se les ocurrió retroceder sobre sus pasos, llegar hasta el barco y esperar pacientemente a que un oso les despedazara sin oponer resistencia, puesto que no hay la menor huella de lucha a su alrededor. –Aurora hizo una pausa y añadió con tono burlón. –Mi… sargento.

El sargento la miró con odio, pero no dijo nada. Aurora continuó hablando con voz tranquila.

-Es obvio para cualquiera con dos dedos de frente, que esos hombres fueron asesinados lejos de aquí, transportados hasta las cercanías del barco, mutilados y dejados como un aviso para nosotros.

El sacerdote habló con voz preocupada.

-Tiene más lógica, es cierto. Parece que hay algo ahí fuera que no quiere que encontremos ayuda.

Keller bufó sin poder remediarlo. Pero apartó la mirada cuando el sacerdote le contempló con dureza.

-Bien, de acuerdo, puede que haya algo ahí fuera. Cogeré a cuatro de mis mejores hombres y les mandaré buscar y matar a ese bicho.

-Oh, es una idea excelente… mi sargento. –Replicó la mujer en tono burlón. –Sin duda, lo que ha asesinado a esos dos hombres debe tener una capacidad de matar limitada. Podemos enviar grupo reducido tras grupo reducido hasta alcanzar esa capacidad. Una vez sobrepasada, será un juego de niños aniquilar a esa cosa. Desde luego, si la estupidez es un requisito para ser nombrado sargento del Imperio, vos os titulasteis magna cum laude sin ninguna duda. –Otra pausa. –Mi sargento.

-Malditahijadepu…

-Sargento, por favor. –El sacerdote miró con severidad a Keller, quien cerró los dientes con furia. La mujer casi pudo escuchar cómo rechinaban. –Y vos, contened vuestra lengua, Aurora.

La mujer bajó la mirada.

-Mis disculpas, padre Johannes.

El sacerdote se sumió en sus pensamientos.

-¿Y qué podemos hacer?

-Sugiero que abandonemos el barco y partamos hacia el sur, hacia Kislev. En unas cuantas semanas podríamos llegar a Erengrad por la costa o incluso a Praag si nos internamos en la península. Todos juntos somos un grupo lo suficientemente fuerte para rechazar el ataque de bárbaros o bestias.

-Tres de mis hombres siguen heridos. No pienso dejarles atrás.

-No pongáis en mi boca palabras que yo no he dicho, Keller. Los llevaremos con nosotros.

-De todos modos, no me parece buena idea, padre Johannes. –El sargento se giró hacia el sacerdote ignorando a Aurora –El barco es un refugio excelente muy fácilmente defendible. Si los bárbaros nos atacan en campo abierto y nos rodean, podemos darnos por perdidos. Además, disponemos de provisiones en abundancia para más de dos meses.

-Nadie sabe que estamos aquí.

-Por eso debemos mandar un grupo al sur a buscar ayuda. Un grupo pequeño, fuertemente armado, no atraerá la atención de los bárbaros y podrá defenderse de cualquier otra amenaza que pueda surgir. En un par de semanas puede llegar a Kislev y volver con ayuda.

-¡Por el amor de Sigmar! ¿Es que no habéis estado escuchando? ¿Y si los bárbaros o lo que esté allí fuera los cogen? ¿Qué haremos? ¿Mandar otro grupo?

-Es suficiente, Aurora. –El sacerdote levantó una mano, terciando la discusión. –No podemos hacer otra cosa. Transportamos un gran cargamento de libros incunables y reliquias de gran valor. No podemos abandonar el barco. Mañana partirá otro grupo.

El sargento y la mujer caballero hicieron una reverencia y salieron de la estancia. Aurora no quiso cruzar la mirada con Keller. No hubiera podido soportar ver el brillo de triunfo en sus ojos.




Aurora cerró la puerta tras de sí con un fuerte golpe.

-¿Qué tal ha ido, mi señora?

-Mejor no preguntes, Sofía. Son una banda de estúpidos. Es imposible razonar.

La escudera siguió limpiando la armadura de la mujer caballero casi frenéticamente. Pegó un respingo cuando la mano de Aurora se posó en su hombro.

-¿Te encuentras bien, Sofía?

-Claro, mi señora. Es sólo que… Esta inactividad… La nieve a nuestro alrededor… Olvidadlo. Por lo menos en el barco estamos seguros.

-¿Por qué dices eso? Dudo que fuéramos capaces de rechazar otro asalto de los bárbaros o de… eso que está ahí fuera.

-No lo sé, señora, pero ayer tuve una pesadilla espantosa. Era tan real que todavía no estoy segura de si realmente lo soñé o sucedió de verdad.

Aurora se detuvo y miró fijamente a la muchacha. –Continúa.

-Ehhh… En la pesadilla me despertaba en medio de la nieve, aterida de frío. Era de noche pero podía ver en la lejanía la costa y nuestro barco embarrancado. Pero cerca había… algo… no sé describirlo… una cosa. Una bestia. Me recordaba la sensación de cuando de pequeña mi padre me encerraba en el sótano cuando hacía algo mal. La sensación de que había… algo cerca que se reía de mis lloros y que iba a agarrarme y sacarme los ojos y rajarme con sus garras de arriba a abajo. De repente, en el sueño, esa cosa empezaba a correr hacia mi dirección. Yo corría y corría, con los pies desnudos sobre la nieve, sin atreverme a mirar atrás, con los pulmones a punto de reventar y sintiendo el hediondo aliento de la cosa en mi nuca, pisándome los talones. Corría hacia el barco, sabiendo que dentro estabais vos y que…

Aurora se interrumpió y miró azorada a Aurora. Bajó la vista y siguió hablando.

-Aunque no creí ser capaz de hacerlo, llegué hasta los pies del barco y de repente me sentí a salvo. Cuando miré a mi espalda, pude ver a la cosa retirándose hacia la nieve, rugiendo furiosa por haber perdido a su presa. Como si… Como si no pudiera pisar el barco. Y entonces me desperté. Un… sueño tonto, mi señora. Pero fue tan real…

Aurora siguió contemplando la cara de Sofía mientras ésta volvía a su trabajo.

-Todo saldrá bien, te lo prometo. Saldremos de ésta.




La mujer caballero bostezó mientras el mozo la acompañaba hasta la enfermería. Todavía debía ser de noche. ¿Por qué la habían llamado tan pronto?

Cuando llegaron, el sacerdote sigmarita conversaba con el sargento Keller y otro marinero. Ambos callaron cuando Aurora y el mozo llegaron.

-Gracias por venir. Puedes retirarte, Axel.

El mozo que acompañaba a Aurora hizo una reverencia y deshizo su camino por el pasillo.

-¿Qué es lo que…?

-Esperad.

Johannes hizo pasar a sus otros tres acompañantes y cerró la puerta tras de sí. En un camastro se hallaba tendido un hombre cubierto por una manta. Un fuerte olor a transpiración y enfermedad llegó a la nariz de Aurora. El ambiente de la habitación estaba muy cargado y los ojos de Aurora comenzaron a escocerle.

-El soldado Ulrich fue herido en el combate contra los bárbaros. Desde entonces no ha recuperado la conciencia y se debate en un estado febril. Lars –El sacerdote señaló al marinero con ellos -lo ha encontrado así esta madrugada, al pasar revista a los heridos.

-¿“Así”?

El marinero destapó con cierta aprensión la sábana. Aurora no pudo evitar que un gemido escapara de su garganta al contemplar lo que había debajo, mientras un repugnante hedor invadió la estancia. El hombre volvió a cubrir lo que había debajo tras lo que a la mujer se le antojó una eternidad.

-Shallya misericordiosa… ¿Pero cómo…?

El marinero llamado Lars habló. Su voz temblaba.

-Ayer por la noche estuve aquí y estaba bien. Lo juro por los dioses. Ulrich estaba inconsciente, pero no estaba… así. Todavía no había…

Johannes respiró con fuerza.

-Gracias por todo, Lars. Te rogaría que no hablaras de esto con nadie.

El marinero asintió y salió por la puerta, visiblemente aliviado por abandonar la estancia. A Aurora le costaba articular las palabras.

-Es… Es una…

-Una mutación, sí.

-No es la primera que se produce, Aurora. –El sargento Keller se frotaba nervioso la mano contra la pernera de su pantalón, como si se sintiera sucio. –Ayer uno de los marineros desapareció. Tras unas horas fue encontrado por los soldados intentando ocultarse en la bodega. Su cuerpo se había llenado de llagas y tumores y su piel había cambiado, como si fuera la de un animal. Los soldados le mataron sin más. Supongo que creerían que era un cultista del Caos responsable de todas nuestras desgracias. No les culpo.

-Hemos intentado mantenerlo en secreto pero hemos pensado que debías saberlo, Aurora.

Aurora tuvo un escalofrío cuando la cosa bajo las mantas tembló repentinamente y farfulló unos gemidos ininteligibles.
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Mensaje  Konrad Vie Abr 30, 2010 12:33 am

INFESTACION (III)

Parada de cuarta. Doblar en cuarto sobre el brazo. Aurora casi tropezó, mientras cerraba la boca para no gruñir de frustración. Se rehizo y volvió a colocarse en posición, agarrando el acero con firmeza. Suspiró y reanudó los movimientos. Cuarta a fondo. Parada en semicírculo. Tirada en cuarta.

Aurora se retiró un mechón de cabello negro de su sudado rostro mientras resoplaba. Estaba muy cansada, pero no podía parar o, de lo contrario, las paredes de la bodega se le echarían encima de nuevo. No quería pensar, quería dejar su mente en blanco, mientras ensayaba en solitario una y otra vez las clases de esgrima estaliana que había aprendido hacía ya tanto tiempo. Tercia. Parada en tercia.

Dos pasos hacia delante. Hombros y cabeza atrás. Cuarta baja. No quería pensar. No quería recordar la imagen de los dos exploradores, encontrados ya hacía… ¿dos semanas? Las pesadillas la habían acosado durante los días posteriores. Uno de los vigías había avistado el macabro hallazgo al amanecer a menos de diez metros del barco: la cabeza de Karlsson cosida al torso de Gustav y uno de los brazos remplazados por el de un oso polar. Tan grotesco que desafiaba toda lógica. Y unas huellas no humanas que se alejaban en dirección hacia las heladas estepas. Parada de cuarta. Tirar en primera. Finta. Finta baja.

Aurora frunció el ceño. Su esgrima era terrible. Un oponente preparado la haría pedazos antes siquiera de lograr ponerle en el más mínimo aprieto. Se detuvo mientras intentaba tomar el aliento. Karlsson no tenía ojos. Quienquiera (o lo que quiera) que le hubiera asesinado se los había arrancado de su rostro, congelado para siempre en un rictus de inenarrable terror. Aurora no quería pensar. De lo contrario se volvería loca. Por Sigmar, ¿qué clase de monstruo se había divertido uniendo los pedazos de los dos hombres y el oso polar en un grotesco puzzle? Agarró su espada y la elevó en horizontal como si fuera una prolongación de su brazo. Finta. Estocada en primera. El contrario para en octava. Respuesta. Tirar en tercia.

El monstruo estaba allí fuera pero, por alguna ignota razón, no había pisado el barco, a pesar de que podía haberlo hecho con facilidad. Aurora recordaba la acalorada discusión con Keller y Johannes. No estaban dispuestos a abandonar el navío y, tras el sueño que Sofía le había relatado, ella misma tampoco estaba segura de querer hacerlo. ¿Y si la bestia no podía entrar en el barco? ¿Y si alguna reliquia sagrada de la bodega se lo impedía? Segunda fuera. Parada de octava. Tirar cuarta sobre el brazo. Ataque falso doble.

Pero ¿qué podían hacer? ¿Esperar sin más? Las provisiones se acabarían agotando. Nadie sabía que estaban allí. El sargento y el sacerdote habían convenido en esperar a que la bestia atacase, matarla y enviar una nueva patrulla a buscar ayuda a Kislev. El sacerdote sostenía que era una señal de los dioses el hecho de que no se hubiesen producido nuevas mutaciones. Debían esperar en el barco. Aurora no dijo nada en ese momento y no había vuelto a hablar con ellos desde entonces. Ahora se arrepentía. Una semana más encerrada en el navío y se volvería loca. Tras el último tiro directo, la mujer bajó la punta de la espada hasta el suelo, saludó con un movimiento de cabeza a su inexistente oponente y agarró una toalla para secarse el sudor. Respiró hondo. Algo se la escapaba… Pero ¿el qué?

Mientras volvía a su camarote, se cruzó con un centinela que volvía de su turno de vigilancia en el exterior. Se saludaron con un leve gesto pero Aurora sufrió un súbito escalofrío. La cabeza del hombre estaba cubierta con una bufanda para aislarle del frío y, al pasar junto a Aurora, el grueso pañuelo se bajó ligeramente. No podría afirmarlo con seguridad, pero la mujer hubiera jurado que uno de los ojos de aquel hombre era negro y segmentado, como el de un insecto.




Aurora se agitaba en la cama, inquieta. Había algo que se le escapa, pero no sabía qué era. Dándose por vencida, por fin cayó en un duermevela intranquilo.

-Aurora…

Se despertó súbitamente porque le faltaba el aire. ¿Había escuchado algo? ¿Lo había soñado? ¿Otra pesadilla? Tenía frío. Intentó asir las mantas para taparse, pero no pudo agarrarlas. Sus ojos se abrieron de la sorpresa, a pesar de que la oscuridad le impedía ver con claridad. Sus manos. ¿Qué le pasaba a sus manos? Intentó volver a agarrar las sábanas. Fue inútil. Intentó mover los dedos sin resultado. El tacto era extraño, antinatural.

Por Sigmar, ¿qué le estaba ocurriendo a sus manos? Cerró los ojos con fuerza mientras subía sus brazos hasta la altura de su mirada. Por favor, no, por favor, no, por favor, no, por favor… Que no fuera lo que estaba temiendo… Aurora abrió los ojos y con más terror del que nunca había sentido, esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.

Frente a ella había unos tentáculos viscosos que se agitaban desde sus muñecas. La mujer reprimió un grito mientras a sus ojos afloraban lágrimas que comenzaron a correr por sus mejillas. Por Sigmar, que esto fuese sólo una pesadilla, por favor, por favor, por favor… Volvió a cerrar los ojos y contó hasta diez.

Uno.

Dos.

Tres. El pecho de Aurora subía y bajaba espasmódicamente mientras jadeaba sin poder respirar.

Cuatro.

Cinco.

Seis. ¿Y si al abrirlos todavía…? No. No. No. Por Shallya, no, por favor, por favor. Esto no podía sucederle. Esto no podía estar sucediendo.

Siete.

Ocho.

Nuev…

-Aurora…

Un suave susurro llegó hasta sus oídos. Abrió los ojos. Los tentáculos seguían allí, moviéndose morbosamente ante ella.

-Aurora…

La mujer miró hacia delante de ella, donde provenía el murmullo. Su corazón casi escapó de su cuerpo. Algo se acercaba reptando sinuosamente por el suelo hacia su cama. Aurora entornó los ojos, alarmada. Era una figura de mujer, desnuda y con el cabello rubio que se acercaba lentamente.

-¿So…Sofía?

-Sí, mi señora…

Aurora entornó los ojos intentado escrutar en la oscuridad mientras la figura llegaba hasta su camastro. La pálida piel de la mujer emitía una leve luminiscencia en la oscuridad.

-Sofía, ¿qué es lo que…?

-Ssshhh, mi señora, no habléis…

Su escudera estaba a un metro escaso. Había subido a la cama y seguía acercándose, como un silencioso depredador a su indefensa presa. Aurora pudo percatarse de que su rostro había cambiado. Ahora era más bestial, como si de un felino se tratase. Incluso pudo ver moverse una larga cola en la base de la espalda de Sofía. Por extraño que pareciera, le pareció más atractiva que antes, como si su inhumana apariencia le aportara una belleza sobrenatural.

-Sofía, no debe…

La muchacha emitió un ronco gruñido de excitación, mientras se colocaba sobre ella, aprisionándola con su cuerpo.

-Vamos, mi señora… Vos lo deseáis tanto como yo… No podéis negarlo.

Aurora comenzó a notar una neblina frente a sus ojos que nublaba su entendimiento. Un repentino calor, a pesar del gélido ambiente, la invadió y pareció crecer cuando contempló como Sofía acercaba lenta y sinuosamente su rostro. Aurora no pudo resistirse. Sus movimientos eran lentos y torpes, como si se hallara en un sueño. Gruesas gotas de sudor perlaron su sonrosado rostro, mientras sentía como si su camisón quemara en contacto con su crepitante piel. Su rostro se sonrojó cuando su sexo comenzó a latir.

La sonrisa de Sofía se acentuó, como si hubiera ganado un oscuro juego, revelando una hilera de afilados dientes. Las palabras llegaban al cerebro de Aurora como un cálido ronroneo. A Aurora le faltaba la respiración, y tuvo que morder su labio inferior para evitar que un gemido de placer escapara de su garganta.

-¿Lo veis, mi señora? Es inútil resistirse. No se puede escapar al Caos. Pronto, todos habremos cambiado, y ya nada tendrá importancia.

La mano de la escudera acarició el sudado rostro de su señora y bajó por su húmedo cuello. El contacto estremeció a Aurora, quien no pudo evitar cerrar los ojos, próxima al orgasmo. Ambas mujeres, jadeando por el deseo, juntaron sus pelvis. Sus húmedos sexos se unieron con un viscoso sonido. Aurora y Sofía se frotaron con vehemencia, con hambre en sus ojos, sujetándose por las caderas como si su mayor miedo fuera separarse. El clímax comenzó a llegar para Aurora, que arqueó su espalda hasta casi romperse mientras gemía ronca y entrecortadamente. En ese instante, con un impetuoso movimiento, las fauces de Sofía se cerraron sobre el cuello de Aurora, inundándola de una terrible sensación de dolor y placer por igual que desembocó en un violento orgasmo.




Aurora se despertó súbitamente, jadeando. Por el amor de Sigmar, la pesadilla había sido tan real que el cuello todavía le dolía y… Y su sexo estaba encharcado, como su mano comprobó. Usando toda su voluntad, Aurora logró evitar masturbarse impúdicamente. Su mano… A pesar de la escasa visibilidad, pudo ver una mano cuando la colocó sobre su rostro. Sus ojos se inundaron de lágrimas de felicidad. Todavía tenía manos y no asquerosos tentáculos mutados por la voluntad maligna de los Poderes Ruinosos. Todavía era humana.

Un quedo ronquido llegó desde su izquierda. En ese momento fue consciente de la cercanía de su escudera que, de nuevo, había cambiado de cama durante la noche y se había acostado en la suya. Uno de los brazos de Sofía descansaba sobre el hombro de Aurora. Su contacto avivó de nuevo la excitación padecida hacía unos instantes y la mujer tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para permanecer inmóvil. Maldita pesadilla… ¿Qué había significado? Porque estaba claro que había sido una pesadilla… ¿No?

Aurora fijó la vista en Sofía. Su rostro parecía normal pero no podía aseverarlo por el cabello rubio que lo ocultaba. La mujer desechó la idea de palpar el trasero de su escudera para comprobar si la cola del sueño había brotado de la parte baja de su espalda. Sería bastante engorroso que Sofía despertara y descubriera a su señora acariciándola las nalgas. La mujer lo dejó pasar mientras el sueño volvía a invadirla. Estaba claro que había sido otra pesadilla. Nada más.

De pronto, sus ojos se abrieron como platos mientras una idea se abría paso súbitamente por su cabeza. Ya había entendido qué era lo que se le había estado escapando durante los últimos días.




Aurora aporreó la puerta con insistencia. Veía luz por debajo del resquicio, así que Keller debía estar despierto, a pesar de lo intempestivo de la hora. Una voz quejumbrosa se escuchó al otro lado.

-¿Quién es?

-Soy yo, Aurora. Necesito hablar con usted. –La mujer intentó serenarse. Su voz sonaba casi histérica.

Aurora esperó lo que le pareció una eternidad. Se disponía a golpear de nuevo la madera cuando escuchó una llave en la cerradura y cómo el cerrojo se descorría. La puerta se abrió con un siniestro quejido.

-Pasa.

Aurora penetró en la estancia. El ambiente estaba viciado, como si no se hubiera ventilado en mucho tiempo. La titilante luz de una vela iluminaba el camarote, provocando que las sombras se movieran y alargaran constantemente en una oscura danza.

Keller hizo un ademán con su mano izquierda, señalando un taburete vacío frente a la mesa. Aurora se fijó, mientras se sentaba en silencio, que el sargento llevaba vendada su mano derecha, consecuencia de algún accidente reciente. Keller cerró de nuevo la puerta con llave con un sonido metálico y perturbador. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Aurora, como si estuviera en peligro.

Con dificultad, el hombre se sentó frente a ella. Parecía bajo la influencia del alcohol. Su voz era ronca y arrastraba las palabras.

-¿A qué tengo el honor de tu visita?

La mujer comenzó a pensar que acudir a Keller había sido una mala idea. Pero había encontrado la puerta del padre Johannes cerrada y no había respondido a sus llamadas. No importaba. Debía contarle sus sospechas. Keller quitó el corcho a una botella de vino sobre la mesa con su mano izquierda y se la tendió a Aurora, quien negó con la cabeza. El hombre se encogió de hombros y bebió un buen trago antes de dejarla de nuevo sobre la mesa.

-Escúcheme, Keller. Debemos abandonar el barco.

-Creí que habíamos acordado permanecer en el buque.

-No lo entiende. El barco es una trampa mortal. Si permanecemos más tiempo en él seremos víctimas de las mutaciones. Creía que la bestia en el exterior no podía entrar porque se lo impedía alguna reliquia de nuestra carga o porque tenía miedo de nosotros. Pero no es nada de eso. La función del monstruo es evitar que podamos huir del buque. Y se regodea en nuestra desgracia. Por eso mutiló y cosió los trozos de los desventurados Karlsson y Gustav con el oso polar, como si fueran un solo ser. Se burla de nosotros, mostrándonos el destino que nos aguarda si permanecemos en el buque. Por eso debemos abandonarlo. Es nuestra única esperanza.

-Aaahhh, la esperanza. Decía un poeta wissenlandés que la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre.

-¡Escúcheme de una maldita vez, Keller! ¡Casi todos los marineros están infectados! Muchos de ellos no salen de sus camarotes y otros ocultan sus cuerpos. Si continuamos en el barco…

Entonces una certeza golpeó la cabeza de Aurora como si fuera un golpe físico.

-Keller… Su mano derecha…

El sargento sonrió, como un niño al que han pillado cometiendo una travesura. Con parsimonia, Keller comenzó a desenrollar la venda que cubría su mano derecha. Pero ya no había mano. En su lugar, había brotado una extraña y espeluznante pinza parecida a la de un cangrejo, de un rojo brillante y enfermizo, cubierta con rugosos espolones. Keller la contempló ensimismado.

-Es hermosa, ¿verdad?

Una mueca de repugnancia cruzó el rostro de Aurora.

-Simple, efectiva y extremadamente poderosa. Puede llegar a atravesar el acero. Lo he comprobado. Surgió hace unos cuantos días. Casi me vuelvo loco. Pensé en suicidarme, pero no tenía valor. Ahora doy gracias a los dioses por no hacerlo porque he comprendido la verdad…

Aurora miró a su alrededor con el rabillo del ojo. Había sido tan estúpida que había salido de su camarote desarmada y no llevaba encima más que la camisola con la que había estado durmiendo. La puerta estaba cerrada con llave y dudó de que tuviera tiempo siquiera de llegar hasta ella sin que el hombre la alcanzara antes. El miedo comenzó a formarla un nudo en el estómago.

-La… ¿la verdad?

-Sí, Aurora. He comprendido que las mutaciones no son una maldición, sino un regalo de los dioses. El padre Johannes no es de esa opinión. No se ha adaptado a su… nueva condición. He tenido que encerrarle en su camarote. Por su propia seguridad, por supuesto.

-Keller, yo… -La voz de Aurora temblaba.

-Anoche tuve lo que creí al principio que era una pesadilla. Cuando desperté me di cuenta de que realmente había sido una visión, y entonces lo comprendí todo. En mi sueño, aparecía Khorne, sentado en un trono de bronce sobre una montaña de cráneos y me miraba fijamente. Su visión era imponente, majestuosa. No pude por menos que arrodillarme ante él.

El sargento la contempló con una mirada funesta. Aurora recordó el sueño en el que era una niña y cómo el hombre con garras en las manos se acercaba para hacerla daño. Se mordió el labio para que dejara de temblar. Intenta pensar, se dijo a sí misma, pero sólo podía repetirse una y otra vez que no quería morir. Sabía que si no hacía algo, estaba perdida. Pero ¿el qué? Piensa, se repitió. Piensa. Piensa.

-Comprendí que debía servirle. Si le servía, él me recompensaría.

-Keller, por favor… Por favor…

Aurora calló cuando Keller cerró su pinza con un espantoso sonido que provocó que diera un respingo y gimiera de terror. Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. No quería morir. Piensa. Piensa. Piensa. Quizás si…

-Ni siquiera estoy seguro de que el Señor de los Cráneos quisiera un trofeo como tú. No eres más que una estúpida niñata cobarde. Pero a Khorne no le importa de dónde procede la sangre derramada. Y a mí tampoco.

La mano de Aurora se cerró con rapidez sobre el cuello de la botella sobre la mesa y con un veloz movimiento la rompió sobre el rostro del sargento, que gritó sorprendido por el dolor.

-¡Maldita zorra! Te…

Aurora se lanzó para atrás, esquivando a duras penas el golpe con el escalofriante espolón que le lanzó Keller. La mujer agarró con ambas manos la silla en la que había estado sentada hacía unos segundos. Era pesada. Serviría.

-¡Hija de puta! ¡Te mataré! ¡Sangre para el Dios de la Sang…!

El rostro de Keller estaba cubierto de sangre y vino, lo que dificultaba su visión. Aurora aprovechó la ocasión. Con toda su fuerza, golpeó con la silla la cabeza de su adversario, quien perdió el equilibrio y cayó al suelo. Dominada por una furia homicida, la mujer continuó golpeando con la silla una y otra vez mientras gritaba sin poder contenerse. Las clases de esgrima y cualquier pensamiento racional habían desaparecido de su mente, sustituidas por un irrefrenable deseo de matar.

-No puedes escapar, zorra. El Caos te atrapará al final…

Si no hubiera estado poseída por esa rabia asesina, puede que a Aurora se le hubiera ocurrido alguna réplica ingeniosa, del estilo “Tal vez, pero tú no estarás aquí para verlo”, pero no pudo pensar en nada, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y continuaba golpeando con la ensangrentada silla una y otra vez mientras gritaba como una demente.

-¡Muere, hijo de puta! ¡Muérete de una puta vez!




Aurora pegó el oído a la puerta. Nada. Le pareció escuchar un débil crujido de la madera que se repetía rítmicamente.

-¿Pa… Padre Johannes?

El silencio le contestó desde el otro lado. Con manos temblorosas acercó la llave que había encontrado en el camarote de Keller a la cerradura. Ahogó una blasfemia cuando la llave cayó al suelo. Respiró hondo antes de recogerla y repetirse mentalmente que debía serenarse. Por fin logró atinar y metió la llave en la cerradura. Dudó antes de girarla. ¿Y si el sacerdote ya no…? ¿ya no era…?

La cerradura se abrió con un chasquido y la puerta se entreabrió con un siniestro crujido.

-¿Padre Johannes?

La moribunda luz de la vela en la mano de Aurora hizo oscilar la imagen ante su vista, haciendo oscilar los muebles y las sombras fantasmagóricas, y osciló el camarote todo, con sus paredes de madera. Desde el techo, colgado de una de las vigas, el cadáver del padre Johannes, con la lengua amoratada colgando grotescamente de sus labios, contemplaba acusadoramente a Aurora con la mirada velada. El cadáver se giraba muy lentamente, provocando un crujido de la madera cada vez que finalizaba su eterno recorrido.

De repente, Aurora discernió un movimiento en el cuerpo del sacerdote, bajo la soga alrededor de su cuello. ¿Estaría vivo todavía? Avanzó dos pasos velozmente hacia él, pero quedó paralizada cuando contempló el pequeño rostro de un deforme recién nacido, entre el cuello y el hombro de Johannes. De pronto, las dos cuencas rojas de los ojos del bebé se abrieron y la hendidura que parecía su boca se abrió de par en par para emitir un silencioso gemido. Varias pequeñas extremidades quitinosas, como las patas de una araña, se agitaban debajo de esa boca, intentando liberar al monstruoso ser de la prisión de carne muerta a la que se hallaba unido.

Horrorizada, Aurora sintió un asqueroso sabor a bilis que inundaba su boca. Apenas tuvo tiempo de salir de la estancia antes de caer de rodillas y vomitar con violencia sobre el suelo.




-En pie, Sofía. Empaca el equipaje. Nos largamos ahora mismo.

-¿Mi señora?

La escudera se incorporó de la cama, con la mirada perdida y soñolienta. Sus ojos se abrieron alarmados cuando contempló a Aurora cubierta de sangre. Iba a protestar pero la determinación en los ojos de la mujer no daba lugar a réplica.

-Dejamos el maldito barco. Partimos a Kislev.




El viento a su alrededor aullaba, frío y cortante como una navaja. Aurora no pudo evitar darse la vuelta mientras se alejaban del barco. A lo lejos, como si se tratara de la osamenta de un gigantesco animal muerto en la orilla, se adivinaba el contorno de El Orgullo de Altdorf, envuelto en la bruma. De la silueta oscura del buque, quizá se tratara de la luz de la lámpara de uno de los centinelas, salía un rayo de luz, como la mirada rojizas de un ojo siniestro que contemplara parpadeando la noche, buscando dos presas que se le escapaban.
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Mensaje  Konrad Miér Mayo 19, 2010 12:59 am

INFESTACION (y IV)

Aurora jadeó, mientras se apoyaba sobre su improvisado cayado. Miró a su alrededor, sintiendo una curiosa sensación de déjà vu. Nieve hasta donde alcanzaba la vista, sólo rota por las huellas a su espalda. Pero esta vez, aquello estaba allí. Ya pudo divisarlo. A sus espaldas, a no más de un kilómetro. Parece ser que la bestia se había cansado de jugar al gato y al ratón con ellas. Esta vez se acercaba velozmente, buscando sus corazones.

Sofía se detuvo y contempló a su señora, quien señaló al horizonte. El rostro de la muchacha palideció y su voz tembló.

-¿Es…? ¿Es la…? –Sofía fue incapaz de acabar la frase, como si un miedo supersticioso e irracional le impidiera siquiera nombrar a la bestia que las perseguía.

-Me temo que sí, cariño.

Aurora desenfundó con cansancio su espada. El viento helado llevó hasta sus oídos un gorgoteo de contento, como si el monstruo se burlara de sus vanos esfuerzos.

-Este sitio parece bastante bueno para luchar. El suelo está congelado. Quizás se rompa y arrastre a esa cosa bajo el hielo. Ahora, escúchame, Sofía, es muy importante. No sé cuánto voy a poder contenerla. Debes correr lo más rápido que puedas. Intentaré que…

Una mueca de enfado cruzó el rostro de Sofía mientras desenvainaba su acero.

-No voy a abandonaros, mi señora.

-No te estoy pidiendo tu opinión, testaruda chiquilla. Si huyes quizás tengas una oportunidad. Quedarse es un suicidio.

Aurora miró con preocupación hacia el horizonte. No tenía tiempo ni ganas de discutir. La cosa se acercaba a ojos vista, con un movimiento veloz y antinatural. Era más grande de lo que había supuesto en un principio. Un escalofrío recorrió su espalda.

-Me ofendéis, mi señora, si pensáis que voy a huir dejándoos sola ante una amenaza. Nunca os abandonaré. Si vamos a morir, será un honor caer a vuestro lado.

La mujer contempló el ceñudo rostro de su escudera. Estaba adorable. Sintió deseos de reconfortarla, de abrazarla, de besarla. No era justo que ambas estuvieran a punto de morir. Intentó que su voz no temblase, aunque sus palabras apenas eran audibles por el aullante viento a su alrededor.

-Sofía, yo… Yo te…

La escudera sonrió, mientras posaba una enguantada mano en el rostro de la mujer.

-Lo sé. Yo también, Aurora. Desde la primera vez que os vi.

La sonrisa de ambas mujeres murió cuando giraron sus cabezas. La bestia estaba a pocos metros, desplazándose a una velocidad inhumana, gorgoteando blasfemos sonidos.

Aurora no pudo distinguirlo con claridad. En un momento dado, parecía un despellejado sabueso flaco y terrible, y al siguiente paso, un horrendo insecto húmedo y viscoso, y al siguiente paso, un hombre muy alto con ojos y boca como abismos y cuchillos por dedos. No parecía poder permanecer quieto y a cada paso que daba y cada vez que le miraba, su forma parecía cambiar, y cada forma era peor que la anterior, más retorcida y obscena.

Aurora levantó su acero, mientras sentía cómo su cordura se quebraba en mil pedazos. Un fétido olor atenazó sus fosas nasales. Su primer pensamiento fue huir, dejar caer su inútil espada y correr lo más rápido posible, pero un fugaz vistazo por el rabillo del ojo hacia Sofía la hizo quitarse esos pensamientos de la cabeza. La espada temblaba en manos de la muchacha, pero se mantenía firme. No escaparía. Si iban a morir, morirían juntas.

La mujer gritó y levantó su acero. El ser arremetió contra ella con violencia, abalanzándose sin preocuparse por su propia seguridad. Aurora golpeó con furia, hundiendo su espada en la carne de la bestia, que no pareció inmutarse. Un violento golpe la detuvo en seco. Una de las garras de la bestia se había incrustado en su estómago, atravesándola de parte a parte. Aurora chilló y cerró los ojos mientras el sabor metálico de la sangre inundaba su boca. La oscuridad comenzó a invadirla mientras contemplaba el horrendo rostro del monstruo a escasos centímetros del suyo. Quizás fuera su imaginación, pero la faz de la bestia era la de Keller, riendo incontroladamente mientras la miraba burlonamente. Aurora ni siquiera pudo escupir a aquella odiosa cara antes de desvanecerse y ser engullida por las tinieblas.




Tenía mucho frío cuando abrió los ojos. Aurora pestañeó mientras su vista se aclaraba. ¿Había muerto? ¿Estaba en los jardines de Morr? De pronto se dio cuenta de porqué estaba congelada. Estaba desnuda de cintura para arriba y pudo discernir entre sueños cómo Sofía ajustaba un ceñido vendaje a su cintura antes de volver a vestirla.

-Así que… los ángeles tienen… tu rostro…

La voz de la mujer era débil, casi inaudible. El dolor en su abdomen era casi insoportable. Sofía la miró con una sonrisa. Tenía los ojos húmedos.

-Creí que os perdía, mi señora. Me habéis dado un susto de muerte. Pero ya sabía que erais demasiado dura para que esa cosa acabara con vos.

-La… cosa… ¿qué…? ¿qué ha…?

La escudera miró hacia atrás con algo de aprensión.

-No tenéis de qué preocuparos, Aurora. Está muerta.

Aurora tosió sorprendida. Intentó incorporarse mientras su visión se llenaba de puntitos luminosos.

-¿Cómo?

-No debéis hacer esfuerzos bruscos, mi señora. –Sofía intentó mantenerla tumbada –Cuando vi que os hería, me lancé hacia aquel ser. No opuso resistencia. Se limitó a quedarse quieto mientras le decapitaba. ¿Señora? ¿Os encontráis…?

Aquello no tenía sentido pero Aurora no pudo meditar sobre ello. La mujer comenzó a sentir de nuevo cómo se desmayaba.




Aurora se despierta. Un profundo temor la invade al ver que está sola. Levanta la cabeza a duras penas, mientras el cortante viento la hace estremecerse. Intenta incorporarse, pero la debilidad la atenaza. La cabeza amenaza con estallarle cada vez que abre los ojos.

-¿So… Sofía? ¿Dónde…? ¿Dónde estás?

Ninguna respuesta. Está sola. El silencio sólo es roto por la ventisca que la envuelve. Es imposible que Sofía la haya abandonado. Puede que sólo se haya alejado un momento. Pero ¿y si ha creído que está muerta? ¿y si no ha podido cargar con ella y la ha abandonado? ¿y si…? No. Sofía no ha podido dejarla atrás. Tiene que estar cerca. El vapor escapa de su congelada boca. Aurora no puede levantar los brazos. Al intentarlo, se golpea dolorosamente la cara contra el hielo. La mujer comienza a arrastrarse con sus codos.

-Por… favor… -La voz es muy débil, parece más el maullido de un gato recién nacido que un ser humano.

No puede rendirse. Tiene que arrastrarse si es preciso. La mujer avanza sobre sus destrozados codos unos cuantos metros que le parecen cientos de kilómetros antes de volver a caer de nuevo. Aurora intenta clavar la barbilla en la tierra helada para impulsarse medio metro, un centímetro más. El calor escapa rápidamente de su cuerpo.

-Sofía… –Esta vez su voz es la de una mujer, no el maullido de un gatito o el gemido de un moribundo.

Pero nadie contesta. Está sola. El frío y la niebla la envuelven, congelando su carne y quebrándola en pedazos. Aurora se resquebraja y se rompe en miles de añicos.




Aurora se despertó violentamente. Estaba en la pared de un montículo que la resguardaba del viento. Apenas pudo ver nada a su alrededor, pero sintió el calor de Sofía, recostada y abrazada a ella para intentar retener el mayor calor posible. Amanecía.

-Sabía que no me abandonarías. –Susurró Aurora lo suficientemente bajo para no despertar a su compañera.

La mujer intentó volver a dormir. El dolor había remitido algo y se encontraba con más fuerzas. Las esperaba otro duro día de marcha.




Durante muchos días, Aurora se concentró en adelantar un pie tras otro, sin pensar en nada más. Ahogó la vocecilla en su cabeza que le decía que todo era inútil, que las provisiones se agotarían y que morirían de frío. Habían logrado huir de El Orgullo de Altdorf. Habían derrotado al monstruo. No iba a permitir que el frío acabara con ella. A su lado, Sofía también caminaba con dificultad, cojeando. A pesar de lo que le contó su escudera, quizás la bestia hubiera logrado herirla en una pierna. Puede que la bestia las atacara porque ya estuvieran cerca de Kislev. Las heladas tundras habían dado paso a frías taigas, bosques de coníferas. Puede que estuvieran a punto de llegar a su destino. Puede que, después de todo, lograran escapar al Caos. Tan solo otro paso. Y después otro.




EPÍLOGO

Aquello no podía ser un espejismo. Era claramente un pueblo. No podía ser un espejismo. Por Sigmar, que no lo fuese. A lo lejos, cerca de la costa, se distinguían sin dificultad el humo de varias chimeneas y unas cuantas casas. Debía tratarse de Maja Uvemny, la aldea más septentrional de Kislev.

-¡Sofía! ¡Estamos salvadas! ¡Un pueblo!

Su escudera apenas reaccionó. Su rostro parecía una máscara inerte, sin la más mínima emoción.

-¿No me has oído? ¡Por fin hemos llegado!

Aurora depositó a Sofía en el suelo mientras alzaba las dos manos y gritaba. A lo lejos había divisado a dos personas, puede que se tratara de cazadores kislevitas. Tras lo que le pareció una eternidad, los hombres dieron la vuelta y se dirigieron hacia ellas.

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. Lo habían conseguido. En breve estaría tomando un baño de agua hirviendo junto con Sofía y se reirían de todo aquello. Su compañera musitaba algo de forma débil pero Aurora no tuvo tiempo de escucharla. Los dos hombres habían llegado hasta ella. Parecían dos cazadores. Su aspecto era duro, como el clima de esa inhóspita tierra.

Uno de los hombres, el más alto, interpeló a Aurora en un áspero lenguaje. La mujer sonrió intentando parecer amistosa.

-Lo siento. No os comprendo. No hablo vuestra lengua.

El otro hombre la miró con suspicacia antes de hablar. –Yo chapurreo un poco de reikspiel. ¿Sois del Imperio? ¿Qué hacéis tan lejos de vuestras tierras?

-Nuestro barco naufragó al norte de aquí. Mi amiga y yo hemos conseguido llegar hasta aquí a duras penas. Estamos exhaustas.

Los hombres intercambiaron unas palabras en su ruda lengua. A continuación, el hombre alto sonrió bajo su largo bigote.

-Bienvenidas a nuestro pueblo. Debéis ser realmente duras si habéis conseguido llegar desde el norte. Venid con nosotros a Maja Uvemny y compartid un vaso de kvas.

Aurora se relajó por fin.

-Mi amiga está herida. Creo que fue herida en el pie. Si podéis ayudarme a…

Uno de los kislevitas se agachó junto a Sofía y comenzó a quitarle la bota, ante las débiles protestas de ésta. Aurora siguió conversando con el otro hombre.

-¿Fuisteis las únicas…? ehhh… ¿cómo se dice?... ¿supervivientes?

Aurora intentó cambiar de tema. Todavía no quería contarles el destino del resto de la tripulación.

-Así es. Murieron por el ataque de unos bárbaros que provocaron que nuestro barco encallara en la costa. Creí que nunca volveríamos a ver otra cara humana. Estuve a punto de pensar que moriríamos en estas tierras. Por Sigmar, mataría por un baño caliente.

-¡Mutante!

Aurora se envaró cuando escuchó al otro kislevita gritar el aviso a su espalda. Con rapidez desenvainó su espada y oteó el horizonte, intentando discernir la amenaza, aunque no vio nada.

Pero los dos hombres no miraban a la lejanía. Miraban con repugnancia hacia Sofía. Como si el tiempo se hubiera detenido, boquiabierta, Aurora siguió la mirada de los kislevitas.

Sofía lloraba en el suelo, mientras la miraba asustada, intentando inútilmente ocultar su desnudo pie. Pero ya no había pie. En su lugar se hallaba una pezuña hendida de un extraño color violáceo, surcada de unos insólitos zarcillos que se agitaban nerviosamente.

-Sofía…

Su escudera la miró suplicante, sin poder detener sus sollozos.

-Lo siento, mi señora. Lo siento… Lo siento… Lo siento…

El kislevita miró a Aurora con dureza.

-¿Lo sabíais?

Aurora estaba demasiado sorprendida para hablar. De pronto, lo comprendió todo. Las dificultades de Sofía para caminar, el dolor que aquejaba su pie desde que salieron del barco. Por qué el monstruo no había atacado a la muchacha y sí a ella. Todo encajaba ahora.

-Yo… no…

La cara de sorpresa de la mujer debió convencer al kislevita, quien se giró y habló con su compañero en su dialecto antes de decirle a Aurora:

-No tiene sentido llevar al mutante al pueblo para ser quemada allí. Es más piadoso darle una muerte rápida ahora.

Aurora permaneció boquiabierta sin saber qué decir. Miró al hombre expectante, después a la sollozante Sofía y, de nuevo, a los dos kislevitas. Todo aquello debía ser otra pesadilla. Sí. Tenía que serlo. Aurora cerró los ojos y respiró. Cuando los volvió a abrir, los dos hombres seguían contemplándola. Aurora miró estúpidamente su espada, todavía en su mano, como si en cualquier momento se fuera a convertir en una serpiente y la mordiera la mano. Miró de nuevo a la sollozante Sofía. De nuevo, en su cabeza, sonaron las palabras de su instructor. “No pienses. Limítate a matar”.

Aurora golpeó con un grito ronco.

El kislevita más alto cayó al suelo, muerto antes de estrellarse sobre la nieve. El otro hombre gritó unas palabras en kisleviano antes de intentar desenfundar su espada. Aurora no le dio tiempo. Extrajo con un desagradable sonido húmedo la espada del cuerpo en el suelo y, con el mismo movimiento, lanzó un tajo que se hundió en las entrañas del otro hombre.

-Maldita… Maldita seas…

El kislevita intentó aferrarse a ella para no caer al suelo, pero Aurora dio un paso hacia atrás. El hombre, con la mirada desencajada por el odio mientras la sombra de la muerte deformaba sus rasgos, escupió al rostro de Aurora antes de caer pesadamente al suelo, como una marioneta a la que han cortado súbitamente las cuerdas. Aurora, como en un trance, se tocó la mejilla y miró sus dedos, manchados del sanguinoliento esputo. No supo cuánto tiempo permaneció así antes de ser consciente de los sollozos de Sofía, que la miraba asustada.

Aurora envainó la espada y se arrodilló a su lado. Sofía se había vuelto a colocar la bota, avergonzada.

-Vamos, cariño, debemos proseguir la marcha. ¿Puedes caminar?

-Creo que sí. –Sofía permaneció un buen rato en silencio mientras Aurora la ayudaba a incorporarse. Después miró a los ojos de su señora mientras intentaba limpiarse su rostro, lleno de lágrimas. –Mi señora… Gracias.

-No te preocupes, Sofía. Todo saldrá bien.

Aurora pasó un hombro por debajo del brazo de Sofía antes de empezar a caminar de nuevo hacia el norte. La mujer no pudo evitar volver la vista atrás, hacia el pueblo en la lejanía. Tan cerca pero a la vez tan lejos. Las luces en las ventanas de los hogares habían comenzado a encenderse. Empezaba a oscurecer. Casi habían llegado a conseguirlo. Habían estado tan cerca… Aurora casi pudo escuchar la voz de su padre en sus oídos, mientras Sofía y ella se internaban de nuevo en los helados yermos. Nada puede escapar al Caos.
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